Las plazas de Teherán están hermosas, llenas de flores y mucho verde. En la ciudad hay frutales (moreras, nogales, almendro, higueras) repartidos por los lugares más insólitos, que de a poco se van cargando. En los parques la gente aprovecha metegoles y mesas de ping pong de uso público, practica bádminton y se dedica al deporte nacional: asar kebabs al aire libre.
La primavera también florece en uno de mis lugares preferidos: las verdulerías de barrio. Siempre surtidas, con el fin del frío comenzaron a aparecer productos de temporada corta, muy apreciados por los persas: melones cantaloupe, moras blancas y negras, frutillas chicas y deliciosas, almendras verdes, pepinos sin semilla ni piel y hojas de parra frescas, solo por nombrar lo que ví durante abril.
Está semana me deslumbró el valak, un ajo silvestre que crece en las montañas que rodean Teherán.
Llega en bolsas de arpillera enormes, mide unos 30 cm de alto, con de 3 o 4 hojas por tallo y bulbo, todo comestible.
Apenas dulce, con un sabor delicado, entre ajo y verdeo, pero sin la pungencia típica del primero, el secreto es cocinarlo apenas, ya que si se pasa pierde toda su gracia.
Suri, mi lazarilla en el inabarcable mundo de la cocina persa se hizo de medio kilo y preparó valak-e polo, un arroz con azafrán y está suerte de ajo dulce que se agrega picado al arroz apenas 1 minuto antes de estar listo.
Sencillo y delicioso.
En la cocina iraní abundan los platos que se comen solo un par de semanas al año. Recetas que a nadie en sus cabales se le ocurre preparar fuera de temporada.