Un arroz al horno de invierno, más de monte que de mar. Ilustrado con conejo, morcilla circuncidada, garbanzos, papas y rodajas de tomate. Aromatizado con azafrán y sazonado con tomillo y romero. Poca escasez en el plato porque como se sabe el arroz y el saber no ocupan lugar.
Un alioli catalán, de esos que recomendaba el maestro Santi Santamaria, sirvió de guardia pretoriana a la fuente de metal (barro hubiera sido mejor pero somos japoneses, huimos de la perfección). Una receta clásica, sin mucho mérito para el ejecutante. Dos dientes de ajo morado, sin los cepos que lo atan, majados con sal en mortero al que luego le añadimos un trozo de membrillo asado, idéntica proporción de morcilla de cebolla y un hilo de aceite de oliva en garúa muy leve.
Un vino mediocre de Mendel, aportado por el invitado como signo de afecto, fue la única víctima de la noche. Formal dress los dueños de casa, dress down el visitante.