Era la navidad de 1994 y François Mitterrand agonizaba, a causa de un cáncer de próstata, en su casa de Latche en Las Landas francesas. La muerte era solo cuestión de tiempo y el ex presidente no quería irse sin reunir a sus amigos para una última cena. Así que sin más eligió fecha, menú y al grupo de discípulos que lo iba acompañar. Los datos que transcribo están extraídos del relato que hizo uno de los comensales, Georges-Marc Benamou, y no creo que haya exageraciones.
Se comenzó con ostras de Marennes, la región natal del enfermo y Mitterrand, que no hablaba, se comió varias docenas. Después hubo foie-grass -en esa región es imposible que no lo haya- y capón de Bresse.
Hasta aquí todo ligeramente normal y burgués. Faltaba un gesto a la altura de la grandeza del Príncipe y en ese momento trajeron a la mesa cazuelitas con hortelanos, con sus pechugas cubiertas por la capa de grasa indicada y aún caliente. La sorpresa y el horror deben de haber golpeado a más de uno de los comensales, porque esa comida está prohibida en Francia.
Voy a explicar los motivos no antes de pedir a las almas sensibles que abandonen este relato.
Los hortelanos son unos pájaros pequeños, protegidos porque están en peligro de extinción. Para cocinarlos hay que capturarlos vivos y engordarlos con cereal. Como son aves de hábitos nocturnos es aconsejable, para que coman más veces al día, cegarlos. Cuando llega el momento apropiado se los despluma vivos, se los ahoga en Armagnac y se los asa lentamente. Es de buena educación –para ocultarse de la mirada de Dios y evitar que vea tanta perversión- cubrirse la cabeza con una servilleta y comerlos de un bocado, masticando lentamente.
Miterrand era ateo y esa noche comió dos