Hoy estuve de compras en el Mercado Chino de Belgrano y encontré pimientos del padrón. En un principio pensaba utilizarlos para confeccionar una jalea. Cuando llegué a casa me puse a pensar: “Sin nada que hacer y con tiempo por delante podría hacer aquellas croquetas que Carme Ruscallella servía en el famoso Sant Pau de las 3 estrellas Michelin”. Hace unos años di con la receta en la página web de un periódico catalán y, con sorpresa e indignación, comprobé que el paso a paso carecía de instrucciones sobre la bechamel. No solo no figuraba el procedimiento, en el exacto momento que correspondía la descripción decía que se podía pedir la receta al mail de la cocinera carme@ruscadela.net
Al principio pensé que era una burla indigna, después me propuse hacer una bechamel tan rica que no tendría nada que envidiar a la que había imaginado la cocinera. Al final, después de refunfuñar y poner los pies sobre la tierra, decidí escribirle sin ninguna esperanza. Estar sin esperanzas, tirar una botella al agua con un mensaje, no debe ser una acción planeada a la ligera. Escribí una pieza capaz de conmover y provocar curiosidad en el corazón más duro -mucho más cuidada que aquella canción de Police- y la despaché. Pasaron semanas antes de recibir respuesta de mi discípula. Pedía disculpas por el atraso, había estado de viaje. Sin más me entregó la receta y después, con elegancia payesa, me peguntó algunas cosas que habían despertado su curiosidad. Yo, atrapado por la emoción, le respondí.
