Si faltaban los de al lado se decía en la reunión
Que no estaban invitados con tarjeta de cartón.
Raúl González Tuñón
Hace unos años existía una revista inglesa llamada Restaurants Magazine que vivía dignamente de los anuncios por palabras. No creo que haga falta que lo explique pero pueden imaginar las demandas: busco sobadora; vendo horno, chiche, joya, nunca taxi; necesito moza de buen ver para restaurante exótico y algunas otras por el estilo.
No hay que sorprenderse, muchas veces las mejores oportunidades o historias surgen de esta sección y conozco a un escritor que asegura haber tropezado en esas páginas con el comienzo para una novela y un destacado empresario me aseguró que ahí había encontrado al cocinero que lo llevó al éxito y la gloria.
Un día o quizás una noche de hace trece años, la gente de la revista mencionada decidió confeccionar un listado con los mejores restaurantes buscando respuesta a la imposible pregunta de la bruja de Blancanieves: “espejito, espejito, quién es la más bonita”.
Cuando publicaron esa primera lista de elegidos nadie se la tomó muy en serio; pero a pesar de las críticas y los detractores los sorprendidos ganadores fueron a buscar su premio. Los editores buscaron sponsor y aparecieron algunos con anchas espaldas que necesitaban nuevos mercados. San Pellegrino & Acqua Panna, Veuve Clicquot Gaggenau, Lavazza y Silestone le proporcionaron fondos y el glamour del que como parvenus carecían.
La bola comenzó a rodar y el ruido fue reemplazado por volumen. No importaba mucho que la lista persiguiera la quimera del mejor restaurant del mundo o de América latina. Por fortuna para los organizadores el público no estaba interesado por saber cómo se elegían los jueces, el conocimiento que tienen del restaurant que escogen, o las condiciones y comprobación de la visita.
Los 50 Best son un juego de marketing, de relaciones públicas, en donde no importa demasiado la pertinencia de cada uno de los elegidos -algunos de ellos merecen más una amonestación que un premio- lo que interesa es el impacto mediático y las discusiones que el cuadro de honor provoca y a las que esta nota contribuye.
La famosa y respetada guía Michelin también tiene defectos pero no busca imposibles y sus inspectores respetan una regla que me parece esencial: son anónimos, pasan desapercibidos y pagan sus comidas.
No quiero ir más lejos en estas líneas, ni detenerme para enumerar los evidentes conflictos de intereses que existen y que el New York Times y otras publicaciones han señalado. Tampoco creo que sea el momento de tejer o transcribir hipótesis sobre los cambios en los gerentes de zona por la salida de Rafael Ansón (España), Thomas Ruhl (Alemania), Richard Vides (Reino Unido), Grant Thatcher (Hong Kong), Leisa Tyler (Asia) o la asombrosa presencia del italiano Andrea Petrini como jefe de área en Francia.
La lista de los “50 Best restaurant Latin America”, que se dará a conocer el 23 de septiembre en México, no es difícil de reconstruir o imaginar porque la empresa necesita de la presencia de los ganadores y las invitaciones ya han sido cursadas y recibidas. A los efectos de estas líneas no importa quienes son, pero es probable que muchos de ellos, incluso los nuevos, merezcan un reconocimiento.
Pero no demos más vueltas. Espero que los invitados a la ceremonia vayan a México, recojan sus premios, sonrían para las fotos y agradezcan porque es de gente bien educada hacerlo. Más tarde pueden festejar con los que los rodean sin pensar en el orden fortuito que les ha correspondido, pero recordando a los que no están y si es posible brindando por ellos. Porque aquí y en otros lugares de América han quedado sin mención algunos sitios en los que se come estupendamente y que están tejiendo la cocina del mañana. Hugo es uno, afortunado porque está lleno de amigos y público, pero no el único.
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Y ya saben, si están aburridos y sueñan con hacer el mundo de acuerdo con sus sueños, entren al concurso que “A fuego lento” ha construido para recoger la opinión de los lectores. Hay premios para los ganadores.