Dijimos hace pocos días, en unas líneas de opinión, que los 50 Best eran un juego de marketing, de relaciones públicas, en donde no importaba demasiado la pertinencia de los elegidos porque lo que interesaba era el impacto mediático y las discusiones que el cuadro de honor iba a provocar.
Cotejar, para armar una tabla de posiciones, en una actividad que no cuenta con un terreno de juego en donde confrontar es ilusorio y fantasmal. Es como si comparáramos un poema de Cernuda con otro de Cavafis o un cuadro de Pollock con uno de Rothko. Nos puede gustar más uno que el otro, pero esa elección no tiene que ver con la calidad sino con la fuerza con que resuenan en la subjetividad personal e intransferible.
El orden que la lista formaliza -con la incorporación de dos nuevos restaurantes argentinos, Don Julio y Restó- no me parece objetable porque no creo que el objetivo de este premio sea mensurar una cualidad determinada.
También pedí, en aquellas líneas de hace días, que los invitados recogieran su premio y sonrieran para las fotos, agradeciendo a los organizadores y festejando con los demás asistentes sin pensar en el orden fortuito que les había correspondido. Pero intentando no olvidarse de los que no iban a ser premiados y brindando por ellos porque hay muchos y excelentes refectorios que no aparecen en las menciones.
El juego que los 50 Best convoca tiene reglas y establece recompensas, de la misma forma que lo hace un concurso de belleza o la elección de la mejor novela del año. En la lista enunciada anoche hay restaurantes que a este cenador le parecen ineludibles y otros que son meramente circunstanciales o casuales. Para poner un ejemplo muy visible quisiera señalar que casi en el último lugar se encuentra ubicado un restaurante que figura entre los favoritos de quién estas líneas escribe y que seguramente no es peor ni mejor que otro que encabeza la lista de los restaurantes porteños. Hay entre esos dos extremos más puntos de coincidencias, de miradas, sensibilidad e intención que en otros puntos medios de la tabla. Quizás, porque como dijo Pascal, los extremos se tocan.
