He leído historietas a lo largo de mi vida sin culpa ni vergüenza. Comencé por el Nippur de Lagash que publicaba la editorial Columba y luego fui en busca de material de autores más sofisticados: Brescia, Oesterheld, Hugo Pratt, Alex Raymond o Milton Caniff. Todavía no conocíamos el manga y la literatura dibujada que leíamos escapaba, siguiendo las reglas clásicas de la narrativa cinematográfica, del impacto visual o la expresividad apresurada. Masotta lo había advertido, estábamos en presencia de un nuevo lenguaje que combinaba oralidad, escritura y lenguaje visual.
Ayer -aprovechando una visita virtual al FNAC de Les Halles, en el mismo lugar donde antes estaba el famoso mercado-, compré algunos libros relacionados con la comida y entre ellos adquirí dos que estaban en la sección de historietas.
El primero se llama “Le Gourmet Solitaire”, un manga escrito por un japo llamado Masayuki Kusumi y dibujado por Jiro Taniguchi. La historia de un personaje solitario, con una biografía poco poblada, al que le gustan las mujeres pero que ha comprendido las virtudes de la vida célibe. Nada que objetar.
La historieta, bien narrada y dibujada, cuenta la vida de un gourmet que por razones de trabajo viaja a través de Japón. En cada uno de los paisajes en los que se detiene busca restaurantes populares en donde pueda indagar sabores típicamente japoneses. Hay días de buenas comidas y otros en donde lo encontrado no se ajusta a lo que la memoria o el deseo buscaban. El protagonista está solo pero a su alrededor la vida bulle y él no deja de observarla. Como el Bill Murray de Perdidos en Tokio pero sin una Scarlett Johansson que logre enamorarlo.
Un historia para voyeur, para foodies, eremitas o amantes de la comida que admiten la contemplación y degustación solitaria. Alejados, algunas veces la perfección es imposible, de aquella sabia propuesta de Groucho Marx: «El mejor banquete del mundo no merece la pena ser comido a menos que se tenga con quien compartirlo».