Las croquetas son -lo dice Wikipedia, que es la única fe que nos queda- “una masa ligada con bechamel y frita”. Seguramente hay que ampliar el campo semántico de la bechamel a otras salsas semejantes: blanca, velouté, creme, soubise, etc. Pero siempre, siempre (estoy mirando a uno de los nuestros y todos saben quién es) van fritas. La expresión “Croquetas al horno” constituye un oxímoron, es como hablar de un silencio atronador o de un hielo abrasador.
Todos los bocados que carecen de alguno de estos requisitos hay que clasificarlos en otro apartado. Quizás sean magníficos, pero no son croquetas. Los sicilianos, por ejemplo, jamás dirían que sus arancini son croquetas como tampoco lo son las bombas de papas argentas o los tequeños colombianos.
Estas croquetas que hice son sencillas y de estructura delicada. Una bechamel bien trabada, medio litro de leche y otro medio de crema, 400 gramos de puré de papas y 5 huevos fritos. Podría haberles añadido trozos de jamón, sobrasada o algún queso, pero me mantuve en la austeridad. Tan es así que hice el empanado sin harina, solo con huevo y pan rallado. Le puse pimienta negra, no tenía blanca, un error de principiante; la pimienta negra proporciona pecas a la bechamel. Como acompañamiento unos tomatitos asado con tomillo.




